17 de febrero de 2015

¿Medias naranjas? ¡Somos naranjas enteras! (Comunicado Completo)

¿A qué nos referimos cuando hablamos de “amor romántico”? Creemos que el amor tal y como está actualmente construido, hace sufrir a las personas, tiende a separarlas emocionalmente, aunque formalmente las considera un “todo” dependiente: es un reflejo de individualismo y violencia. Proponemos un cuestionamiento de este amor romántico, para intentar repensar nuevas formas de querer, donde podamos ser más libres, más iguales y más felices.
El amor que no queremos se muestra como una dominación sobre la vida de las personas. En primer lugar, y reflejo del capitalismo más atroz, se basa en el individualismo como condición de base, en la propiedad como forma de establecer lazos entre personas. El famoso “tú eres mía” y viceversa, construye una cápsula que contiene a dos personas que se consideran una totalidad apartada del resto del mundo: se trata de un deseo ambicioso de poseer al objeto amado.
Esta forma de sometimiento que es el amor romántico se consolida gracias a la violencia cotidiana, física y psicológica. ¿Cotidiana? ¿Quién no ha escuchado canciones, anuncios publicitarios, visto películas o leído libros sobre las “medias naranjas”? Nos pasa más a menudo de lo que somos conscientes, pues no es sino el vehículo de transmisión de la ideología dominante.  ¿Cómo ocurre esto?
Se nos presenta el amor como una conquista, una batalla que hemos de librar entre otras y otros contrincantes, en lugar de plantearse como una construcción mutua entre personas. Se trata de sobresalir por encima del resto, (de nuevo el individualismo del que hablábamos), superando no importa qué obstáculos, para quedar vencedoras. En este proceso se dañan y se pierden multiplicidad de personas y de experiencias. Además, al ser una conquista tan dura, parece que deba preservarse cueste lo que cueste, se pase sobre quien se pase, se sufra lo que se sufra. Esto nos hace ser dependientes de una relación que tanto nos costó construir. Reafirmar la media naranja no es otra cosa que negar nuestra autonomía y nuestras propias capacidades, haciéndolas depender de la otra o el otro. Esto favorece enormemente abusos y chantaje emocional, como la voluntad de totalidad que señalábamos más arriba: reflejado mediante frases como “sin ti no soy nada”, “lo eres todo para mí”, etc,, la concepción de pareja como unidad y totalidad expresa que, por un lado, no existe autonomía, y por el otro, se coacciona a la otra persona. La vocación de totalidad olvida que estamos rodeadas de personas y afectos en nuestras vidas, y presenta la ausencia del ser amado como la “auténtica soledad”.
Pero, como el logro debe mantenerse, (pues si el amor romántico establece que solo una persona nos puede amar, y el sobresalir entre el resto para conquistar el corazón ajeno fue costoso), si este amor nos es negado, quedamos vacías. Estamos ante un escenario especialmente propenso a emociones de desgracia, depresión y abuso por el lado contrario. Sufrir por amor lleva a menudo al maltrato. No estamos diciendo que no queramos preservar nuestras relaciones, si estas son solidarias. Pero el problema es que el amor romántico baña las relaciones en una concepción de la mencionada frase “tú eres mía”, es posesivo e individualista. De hecho, la conquista, la separación…todo ello está impregnado de mutua destrucción y es plenamente insano. Pero asumiendo que esta “debe ser” la forma de amar, interiorizamos los estereotipos y roles de género que se esperan de nosotras: sufridoras, pacientes, celosas, y un sinfín más. Peor aún, construimos utopías y fantasías emocionales sobre cómo es una “verdadera historia de amor” (donde “fueron felices y comieron perdices”), y puesto que aquella no se corresponde con la realidad mundana, sufrimos. Pero sufrir por amor nos parece de lo más normal, pues tenemos que mantener el tesoro. Así, nos esconden el contenido absolutamente patriarcal de frases como “los que se pelean se desean” o “quien bien te quiere te hará llorar”, donde se legitima hasta sus últimas consecuencias el maltrato: ¿quién no ha oído por televisión que el asesinato de aquella mujer por su marido fue un “crimen pasional”?
Aún así, este constructo utópico de felicidad es solo para dos, ¡qué más darán el resto! Por eso, no solo se trata de cuestionar la manera de amar, como venimos haciendo, sino también de deconstruir el límite de expresión del amor. La metáfora de la media naranja, las historias de príncipes y princesas no son sino el reflejo del único marco que parece legítimo para el amor: la pareja. La socialización que recibimos acerca de este tema no es otra que el amor (romántico) proyectado hacia una persona, y no más (dividiendo el mundo en dualidades, al más puro estilo del capitalista ¡divide y vecerás!). Y es que, si como decíamos antes, el romanticismo impuesto es tan violentamente intenso (o intensamente violento, más bien), parece que ello solo puede existir hacia una sola persona. Es indivisible: si creemos que empezamos a tener sentimientos fuertes hacia otra, teniendo ya pareja, los intentamos borrar, los canalizamos como “amistad” (degradando el amor fraterno a un segundo plano), creamos jerarquías de personas en nuestras vidas. De nuevo, el individualismo vuelve a imponerse ante la solidaridad colectiva.
Proponer el poliamor como alternativa no significa imponer el poliamor, es decir, no se trata de que este sustituya a la pareja como forma única de amar, sino de que sea una opción legítima. Por otro lado, tampoco implica que se debiliten los lazos amorosos por tener más de una relación. No se trata de “querer hacer lo que nos dé la gana”, despreocupándonos del resto del mundo, de los sentimientos que otras y otros puedan tener. La atención hacia esos vínculos sigue siendo esencial, así como el cariño, la reciprocidad, el intento por comprender a las demás y sus emociones. Pero no limitamos el marco del amor. Es una situación donde tengamos tiempo para todas, para conocernos profundamente, para descubrir, para sentir, para amar libres e iguales. Y sí, necesitamos tiempo, pues recordemos que ese sistema capitalista que nos impone consumir y comprar desenfrenadamente por San Valentín y otros 364 días, nos obliga a producir precaria y violentamente ese mismo número de días, robándonos el tiempo de amor solidario en pro de unos intereses que no son los nuestros.
Para entender todo esto con profundidad debemos saber que no se trata de un tema personal. Por ello rechazamos el individualismo que nos aparta de la solidaridad colectiva. Debemos comprender que se trata de un orden de cosas sistematizado y perpetuado económica, política y culturalmente día a día: que seas infeliz en tu relación personal, que estés harta aguantar humillaciones, de sufrir y sentirte infravalorada, no es algo personal. Ni tuyo ni de tu pareja. El imaginario que nos enseñan y que perpetuamos es un imaginario insano y violento. Y es colectivo. De manera que colectivamente, debemos repensar qué prácticas y mitos nos imponen un amor doloroso, patriarcal-capitalista y, en definitiva, opresor.

Quizá uno de los primeros pensamientos que hayas podido tener cuando has observado nuestra crítica al “amor romántico” es que qué aburridas y frías somos. Esperamos que hayas comprobado que, por el contrario, buscamos un amor sano, no otro que nos dice que querer implica sufrir y que nos encierra en lugar de liberarnos?
Rechazar los mitos del amor romántico implica que no queremos príncipes ni princesas, sino que queremos un amor solidario para todas y todos.

                                                                                                                         

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