18 de diciembre de 2014

Crónicas de una revolución no convocada II

II: Ser libre

Dos veces tengo que ser libre de las muy poquitas veces que soy. Supongo que tengo que serlo por la gran popularidad de la que goza la libertad. Tantos llenándose la boca con ella, algo tendrá. Esa intuición vuelve, y pienso que es hora de que yo me haga libre también.

Hay libertad, primero, en uno mismo. O al menos ahí es donde primero hay que pelearla. Existe, efectivamente, una pelea por su existencia. Numerosos filósofos, en un momento de diversión y superioridad intelectual, se han sentido muy reconfortados diciendo que la libertad no existe. Y dicen que no hay tal libertad, que solo actuamos decidiendo aquello que las circunstancias nos encaminan a elegir. No he elegido estudiar periodismo, es solo que no había otro camino posible. Numerosos estudios hablan ya de que aquello de la libertad es un cuento. Dicen que diez segundos antes de que te decidas a hacer algo, tu cerebro ya ha elegido por ti, dejando la palabra libertad relegada a la categoría de las palabras leyenda, palabras falsas, para niños y crédulos. El cerebro, según, ya no forma parte de nosotros mismo, es nuestro carcelero invisible que por caridad o cinismo nos hace creer al mando. Qué poco respeto tiene la ciencia por nada, ni siquiera por preservar nuestros mitos, sino por no destruir nuestros faros. Sin libertad, tiene poco sentido incluso hacer un estudio sobre su inexistencia. Sin libertad, quizá solo seamos máquinas simpáticas hechas de un material suave. Hay también quien dice que estamos condenados a ser libres. Que quien elige obedecer a su jefe, a su dictador, a su líder o a su padre es el único responsable de su obediencia. La libertad, se dice, es lo único que nos diferencia de los animales, condenados a obedecer al instinto. No me parece menos idiota.

Pienso en mi perrita, que no deja de mirarnos, y puedo imaginar perfectamente en su cabeza la frase "caray, son mecánicos estos humanos". Mas no, resulta que somos inteligentes y que además tenemos sentimientos, estamos a años luz del resto de animales. Apenas nos ha condicionado nunca nada del exterior. Claro, cuando se empieza a desconfiar de esta clase de cosas, nos aventuramos al lado contrario, al de que si esto no es verdad, nada debe de serlo. Y así yo también llegué a pensar que quizá solo respondíamos a estímulos, que solo hacíamos lo que era previsible hacer. Así es la mayor parte del tiempo. Luego creí que solo podía ser libre si hacia lo contrario a lo que un estímulo invitaba. Pero qué terrible, no podría contar eso a nadie, pues si lo sabían el estímulo sería de ser libre, y, por tanto, inútil. Al final entendí que la libertad reside en las decisiones entre cosas por las que no deseas decidir. Si, en un caso de vida o muerte, solo pudieras salvar la vida a uno de tus padres, podríamos olvidar esas chorradas de que el cerebro decide por ti. Si tienes que elegir entre unos amigos u otros y obviamente no quieres renunciar a ninguno. Si tienes que elegir entre el donut de azúcar o el de chocolate y te gustan los dos. Son pocas, sí, pero existen veces en las que tenemos que ser libres mientras no nos acobardemos y dejemos la decisión al cara o cruz. Que tu cerebro intervenga no quiere decir que lo que hasta ahora has llamado voluntad haya desaparecido, ni que tu cerebro no sea parte de ti. Una vez discutida la libertad individual hay que pelear la otra, y hay que pelearla con todos los demás.


No obedecer. No cambiar del rey malo al rey bueno, sino no tener ninguno.No tener ni presidente regular ni jefe respetuoso. Ser libre es no tener ninguno de esos. Los ciudadanos libres no tienen que aceptar tener un presidente, o un rey, tienen que permitirlo. Y es que nuestro problema no es una nueva época precaria, ni un gobierno autoritario, nuestro problema es la obediencia. Yo no tengo por qué aceptar sin más la voluntad de aquellos cuyo poder nace de mi obediencia. Ser libre no quiere decir oponerse a todo, ni tampoco no permitir a nadie que te dirija, quiere decir dirigir al dirigente y decidir hasta cuándo lo es.

Ser libre no es decidir todo, como el color del cielo o la muerte de otros seres, es elegir todo lo que te corresponde. Tampoco es saber mucho, ni olvidarlo todo. El conocimiento es una guía para que los que son libres sean prósperos, pero no una condición. Cuantas más elecciones llevamos a cabo, más sabemos cuáles debemos omitir, menos tonterías elegimos. Ser dueño de tu tiempo. Ser dueño de lo que haces con él, no dárselo a ningún jefe  y no hacerlo depender de nada. Si el producto de tu trabajo no depende del dinero que puedas sacar de él, si no depende de la aprobación de un superior, si no depende más que de tu voluntad de hacerlo, es el trabajo de un hombre o mujer libre. El que tiene que ganar dinero para mantener una familia, como el que lo tiene que ganar para mantener unos lujos, no puede vincular trabajo y voluntad, por lo que no puede ser lo mismo. Los hombres y las mujeres libres hacen un trabajo diez veces mejor, diez veces más fuertes y diez veces más dedicado. Y más importante, solo ellos pueden ser felices, estando orgullosos de su trabajo, el de alguien que es libre.

Se me ha llenado el teclado de libertad, y quizá sea esto algo malo, repetir a la ligera palabras tan grandes. Claro que otras definiciones vendrán y no serán mejores o peores que la mía, no podrían. Es esta intuición común a todos los humanos de que la libertad es algo importante. Es lo que me hace pensar que, por si acaso, procure ser libre.

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