¿A qué nos referimos
cuando hablamos de “amor romántico”? Creemos que el amor tal y como está
actualmente construido, hace sufrir a las personas, tiende a separarlas
emocionalmente, aunque formalmente las considera un “todo” dependiente: es un
reflejo de individualismo y violencia. Proponemos un cuestionamiento de este
amor romántico, para intentar repensar nuevas formas de querer, donde podamos
ser más libres, más iguales y más felices.
El amor que no queremos
se muestra como una dominación sobre la vida de las personas. En primer lugar,
y reflejo del capitalismo más atroz, se basa en el individualismo como
condición de base, en la propiedad como forma de establecer lazos entre
personas. El famoso “tú eres mía” y viceversa, construye una cápsula que
contiene a dos personas que se consideran una totalidad apartada del resto del
mundo: se trata de un deseo ambicioso de poseer al objeto amado.
Esta forma de
sometimiento que es el amor romántico se consolida gracias a la violencia
cotidiana, física y psicológica. ¿Cotidiana? ¿Quién no ha escuchado canciones,
anuncios publicitarios, visto películas o leído libros sobre las “medias
naranjas”? Nos pasa más a menudo de lo que somos conscientes, pues no es sino
el vehículo de transmisión de la ideología dominante. ¿Cómo ocurre esto?
Se nos
presenta el amor como una conquista, una batalla que hemos de librar entre
otras y otros contrincantes, en lugar de plantearse como una construcción mutua
entre personas. Se trata de sobresalir por encima del resto, (de nuevo el
individualismo del que hablábamos), superando no importa qué obstáculos, para
quedar vencedoras. En este proceso se dañan y se pierden multiplicidad de
personas y de experiencias. Además, al ser una conquista tan dura, parece que
deba preservarse cueste lo que cueste, se pase sobre quien se pase, se sufra lo
que se sufra. Esto nos hace ser dependientes de una relación que tanto nos
costó construir. Reafirmar la media naranja no es otra cosa que negar nuestra
autonomía y nuestras propias capacidades, haciéndolas depender de la otra o el
otro. Esto favorece enormemente abusos y chantaje emocional, como la voluntad
de totalidad que señalábamos más arriba: reflejado mediante frases como “sin ti
no soy nada”, “lo eres todo para mí”, etc,, la concepción de pareja como unidad
y totalidad expresa que, por un lado, no existe autonomía, y por el otro, se
coacciona a la otra persona. La vocación de totalidad olvida que estamos rodeadas
de personas y afectos en nuestras vidas, y presenta la ausencia del ser amado
como la “auténtica soledad”.
Pero, como el logro debe mantenerse, (pues si el amor
romántico establece que solo una persona
nos puede amar, y el sobresalir entre el resto para conquistar el corazón ajeno fue costoso), si este amor nos es
negado, quedamos vacías. Estamos ante un escenario especialmente propenso a
emociones de desgracia, depresión y abuso por el lado contrario. Sufrir por
amor lleva a menudo al maltrato. No estamos diciendo que no queramos preservar
nuestras relaciones, si estas son solidarias. Pero el problema es que el amor
romántico baña las relaciones en una concepción de la mencionada frase “tú eres
mía”, es posesivo e individualista. De hecho, la conquista, la separación…todo
ello está impregnado de mutua destrucción y es plenamente insano. Pero
asumiendo que esta “debe ser” la forma de amar, interiorizamos los estereotipos
y roles de género que se esperan de nosotras: sufridoras, pacientes, celosas, y
un sinfín más. Peor aún, construimos utopías y fantasías emocionales sobre cómo
es una “verdadera historia de amor” (donde “fueron felices y comieron
perdices”), y puesto que aquella no se corresponde con la realidad mundana,
sufrimos. Pero sufrir por amor nos parece de lo más normal, pues tenemos que
mantener el tesoro. Así, nos esconden el contenido absolutamente patriarcal de
frases como “los que se pelean se desean” o “quien bien te quiere te hará llorar”,
donde se legitima hasta sus últimas consecuencias el maltrato: ¿quién no ha
oído por televisión que el asesinato de aquella mujer por su marido fue un
“crimen pasional”?
Aún así, este constructo utópico de felicidad es solo para
dos, ¡qué más darán el resto! Por eso, no solo se trata de cuestionar la manera
de amar, como venimos haciendo, sino también de deconstruir el límite de
expresión del amor. La metáfora de la media naranja, las historias de príncipes
y princesas no son sino el reflejo del único marco que parece legítimo para el
amor: la pareja. La socialización que recibimos acerca de este tema no es otra
que el amor (romántico) proyectado hacia una persona, y no más (dividiendo el
mundo en dualidades, al más puro estilo del capitalista ¡divide y vecerás!). Y
es que, si como decíamos antes, el romanticismo impuesto es tan violentamente
intenso (o intensamente violento, más bien), parece que ello solo puede existir
hacia una sola persona. Es indivisible: si creemos que empezamos a tener
sentimientos fuertes hacia otra, teniendo ya pareja, los intentamos borrar, los
canalizamos como “amistad” (degradando el amor fraterno a un segundo plano),
creamos jerarquías de personas en nuestras vidas. De nuevo, el individualismo
vuelve a imponerse ante la solidaridad colectiva.
Proponer el poliamor como alternativa no significa imponer el poliamor, es decir, no se
trata de que este sustituya a la pareja como forma única de amar, sino de que
sea una opción legítima. Por otro lado, tampoco implica que se debiliten los
lazos amorosos por tener más de una relación. No se trata de “querer hacer lo
que nos dé la gana”, despreocupándonos del resto del mundo, de los sentimientos
que otras y otros puedan tener. La atención hacia esos vínculos sigue siendo
esencial, así como el cariño, la reciprocidad, el intento por comprender a las
demás y sus emociones. Pero no limitamos el marco del amor. Es una situación donde tengamos tiempo para todas,
para conocernos profundamente, para descubrir, para sentir, para amar libres e
iguales. Y sí, necesitamos tiempo, pues recordemos que ese sistema capitalista que
nos impone consumir y comprar desenfrenadamente por San Valentín y otros 364
días, nos obliga a producir precaria y violentamente ese mismo número de días,
robándonos el tiempo de amor solidario en pro de unos intereses que no son los
nuestros.
Para entender todo
esto con profundidad debemos saber que no se trata de un tema personal. Por
ello rechazamos el individualismo que nos aparta de la solidaridad colectiva.
Debemos comprender que se trata de un orden de cosas sistematizado y perpetuado
económica, política y culturalmente día a día: que seas infeliz en tu relación
personal, que estés harta aguantar humillaciones, de sufrir y sentirte infravalorada,
no es algo personal. Ni tuyo ni de tu pareja. El imaginario que nos enseñan y
que perpetuamos es un imaginario insano y violento. Y es colectivo. De manera
que colectivamente, debemos repensar qué prácticas y mitos nos imponen un amor
doloroso, patriarcal-capitalista y, en definitiva, opresor.
Quizá uno de los
primeros pensamientos que hayas podido tener cuando has observado nuestra
crítica al “amor romántico” es que qué aburridas y frías somos. Esperamos que
hayas comprobado que, por el contrario, buscamos un amor sano, no otro que nos dice que querer
implica sufrir y que nos encierra en lugar de liberarnos?
Rechazar los mitos del amor romántico implica que no queremos
príncipes ni princesas, sino que queremos un amor solidario para todas y todos.
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